miércoles, 17 de julio de 2019

Último registro de vida


Estaba en una estación espacial en la órbita de la Tierra y alguien me pedía una lata de Coca Cola de un tipo muy específico. Yo se la conseguía en algún lado y me sentaba en la notebook para mandársela a través de Google Earth. Buscaba la ubicación satelital de esa persona y le arrojaba la lata a través de la pantalla. Aparentemente la trayectoria estaba muy mal calculada y la lata caía en una isla en el medio del Atlántico que era una reserva natural, muy lejos de su destino original. Entonces decidía tirarme a recuperarla para llevársela personalmente y me arrojaba a través de la pantalla hacia la Tierra. La isla en cuestión estaba formada por dos atolones espejados que dibujaban una especie de S y armaban dos estanques o lagunas grandes muy celestes. Parecía un poco un render de terreno de los noventa. Sabía que la lata había caído en una de las lagunas y me acercaba a la orilla para tratar de avistarla a través del agua, que era bastante transparente. De pronto no estaba en el exterior sino en un interior, una especie de pileta cubierta en forma de riñón, como un tazón de skatepark con un tanto de agua muy podrida y estancada en el fondo. La lata seguía ahí, solo que su mancha roja a través de la superficie turbia se veía bastante menos. El lugar estaba decrépito, como abandonado desde hacía años y las paredes estaban llenas de musgo y suciedad. Puede que hubiera algunas ventanas chiquitas como toda iluminación. Me descolgaba por el borde de la pileta, resbalando hacia adentro, con miedo de caerme mientras trataba de alcanzar la lata. Entonces me asustaba y volvía a subir agarrándome de unos huecos o hendeduras como las del bouldering que cubrían las paredes interiores. Del lado opuesto al que yo estaba, en la penumbra, había una manada de monos tipo babuinos, muy agresivos, que chillaban y me gritaban cosas. Yo intentaba descender varias veces y fracasaba, y al final decidía irme, porque estaba muy estresado y los monos amenazaban con venirse al humo todo el tiempo. Con los reiterados intentos había terminado del lado opuesto al que me encontraba al principio y los monos habían dado la vuelta y ahora me bloqueaban la puerta de salida. Entonces yo agarraba piedras o cualquier cosa que encontraba por ahí y corría hacia ellos puteándolos y tirándoles con las piedras para ahuyentarlos. Cuando había logrado llegar a la puerta de salida, una de doble hoja, celeste y sucia, con barras de seguridad blancas, uno de los monos me paraba y me decía que quería ir a estudiar a la facultad. Yo le decía que me parecía re bien que se mandara, que en la facultad les encantaba recibir gente nueva.

jueves, 24 de enero de 2019

Hablame de cine


Speak to me about what brought you into film.
Reddit


De chico todo fue leer clásicos, literatura juvenil y fantástica. Con la explosión del cine épico post Gladiador y El Señor de los Anillos vi como mis gustos literarios eran trasladados a la pantalla y explotados por la industria, por un corto tiempo, con algo de dignidad. Esto fue entre 2000 y 2001. Iba por el cuarto libro de Harry Potter cuando las películas empezaron a salir y, si mal no recuerdo, en el colegio daban La Piedra Filosofal como lectura obligatoria en sexto y La Cámara de los Secretos en séptimo. Poco tiempo después de haberme metido con la saga, mis viejos nos regalaron a mí y a mis hermanos las tres novelas de El Señor de los Anillos. Por muchos años fui el único que les dio pelota. Eran una cosa diferente: me abrieron la cabeza a otra concepción de la fantasía, ya no el escapismo de primer grado de las novelas juveniles sino a un mundo que se presentaba de manera autónoma, antes que como un desdibujamiento de las leyes del nuestro. Es chistoso que hoy la crítica invierta la valoración de ambos estatutos. En su momento entendí esta construcción como más seria y las bases de mis preferencias dentro del género fueron refundadas. Pude liquidar las tres novelas antes de que salieran las películas, y si bien recuerdo con mucho cariño la frescura de todo lo que imaginé bebiendo directamente de los libros, las películas llevaron todo a otra dimensión. Hasta mis dieciocho años, por lo menos, sostuve que la trilogía de El Señor de los Anillos era un coloso cinematográfico imbatible. Al día de hoy soy incapaz de sostener siquiera una lista de mis diez favoritas, pero los tres episodios me siguen pareciendo excepcionales dentro del género.

Ante el éxito de estas primeras películas la industria reaccionó como suele hacer y saturó el mercado. En el 2003 nació una de las franquicias más exitosas y de más largo aliento del cine reciente: Piratas del Caribe, abriendo el juego al resucitar el (un poco limitado) subgénero de los piratas; la fórmula: deconstrucción de la figura del bucanero, una trama ligera y entretenida y una inyección de fantasía transmitológica de juramentos y almas en venta al mejor postor. En 2003 vino King Arthur, en 2004, Troy, y en 2005, Kingdom of Heaven. La primera sufrió un poco más el paso del tiempo (la maduración de mi ojo) que las otras dos: Troy está lejísimos de ser una gran película pero es, de todas, la que mejor rootea en el cine épico clásico y eso le da un sabor especial, Kingdom of Heaven, es, en su versión extendida, la mejor épica de Ridley Scott y una de mis favoritas del género; King Arthur tiene personajes queribles y puede ser un buen pasatiempo, pero hace poco vi de nuevo la escena del asalto a la caravana del bishop Germanus y es un ejemplo de todo lo que no hay que hacer al editar una batalla. Incluso llegué a ver cosas como Pathfinder (2007), donde Karl Urban interpreta a un vikingo converso que se une a los nativos en una América del Norte precolombina y cuya escena más memorable es una secuencia de culipatín sobre un escudo en una ladera nevada.

Al poco tiempo se empezó a notar que el cine épico pedía grandes presupuestos, que las audiencias se permitían cierta sospecha sobre los nuevos ensayos de la industria e incluso que la calidad no era salvaguarda contra los fracasos de taquilla (caso Kingdom of Heaven), y la oferta se redujo. Es cierto que proliferó otra rama de fantasía juvenil prendida del rebufo de Harry Potter (Narnia, Terabithia, The Seeker) pero no era la que me interesaba. A falta de oferta tuve que buscar alternativas: mi universo cinematográfico se expandió en el tiempo, viendo clásicos del cine épico como la Spartacus de Kubrick, y otras: Braveheart y The Messenger: The Story of Joan Of Arc (de Luc Besson, un poco anterior a la fiebre Gladiador) y en el espacio, hacia el cine bélico. Siempre me habían llamado mucho la atención las batallas de las películas épicas en las que los ejércitos se lanzaban unos contra otros a los gritos y chocaban escudos y lanzas en medio de un campo y este me pareció el paso natural.

Pero el cine bélico resultó otra cosa. El primer contacto que tuve con el género fue Rescatando al Soldado Ryan, que es, pese a todo, una épica. Y abre con una batalla. Pero esta batalla, el famoso desembarco en playa de Omaha de las fuerzas yankis en junio del 44, resultó excepcionalmente cruda. Encontré algo evidentemente más humano en esos pibes que tiritaban de frío, vomitaban o rezaban el rosario en las lanchas y morían antes de tocar tierra un minuto después, que no estaba presente en los frenéticos soldados medievales, empalados en lanzas de punta roma pero aullando y sabiendo que la siguiente parada no era otra que el Valhalla. Hay casos en los que la guerra de época se muestra cruda, pero muchas veces falla (en caso de que pretenda explorarlo) en el factor humano, quizás por la carga dramática que es a la vez estructural y componente secundario de la ambientación. Rescatando al Soldado Ryan presenta la épica como una dimensión de lo humano y, cuando no es trillada, se te aloja en el cuerpo.

Después vinieron The Thin Red Line y Apocalypse Now. Creo que las fichas de ambas me cayeron bastante más tarde, en ese momento las vi como películas de guerra y pude pensarlas solo en ese sentido, desde una perspectiva casi puramente estética. La primera volvería y ganaría mucho peso años después. A pesar de todo algo me quedó claro: la guerra ya no era algo romántico y el heroísmo era algo muy raro, más producto de circunstancias terriblemente adversas y necesarias, que de una cualidad innata del héroe. Y la guerra te pone demente, como algunos casos en The Thin Red Line y el caso de Apocalypse Now, donde este factor se cruza con la psicodelia hippie y la selva tropical para contar, de una forma muy especial, lo que significó Vietnam para muchos estadounidenses.
La incursión en el cine bélico aplastó mi gusto por lo épico con una pesada carga de efecto realidad y fue un factor determinante en mi alejamiento del cine comercial. De repente eran las personas las que quería explorar, su condición y su contingencia, y el lienzo de la guerra era ideal para esto y el prisma del cine... bueno, de eso mismo estamos hablando.
Los dos volúmenes de Clint Eastwood sobre la guerra del Pacífico no fueron igualmente satisfactorios. Pearl Harbor me gustó, más por detalles específicos (el sobrevuelo ominoso de los Zeros, la camara-bomba sobre el USS Arizona) que otra cosa, y se evaporó rápido. Black Hawk Down... nunca tuve muy en claro de qué va, más que de soldados yankis pasándola mal en una operación que parecía bien planificada. El edificio del cine bélico tampoco se sostuvo por sí solo: primero vino ese tedio y, pegado, el agotamiento estético.

En algún punto en el medio apareció La Naranja Mecánica. Me quedé despierto hasta tarde un día de semana para verla por I-Sat. Mi vieja se enteró del plan y dijo que todo bien pero que después había que charlarla. "La Naranja Mecánica" era uno de esos nombres que resuenan tanto en la dimensión pop que quedan encajonados en el cerebro hasta que un acontecimiento cualquiera los dispara y se transforman en necesidad. Trasnochar para vivir la experiencia no era una novedad (ya lo había hecho, que recuerde, con The Thin Red Line y Black Hawk Down), de hecho, era casi una necesidad en una época en la que los torrents en HD todavía no eran un estándar y dependía exclusivamente de agarrar las películas en la tele. Y el cine que me estaba empezando a interesar se transmitía casi exclusivamente de trasnoche.
La experiencia fue bastante impactante: la peli cargaba contras muchas cosas que yo tenía por establecidas y elaboraba una crítica social a través de un lente y una parafernalia visual estrambóticos. En retrospectiva, no pude darle demasiado sentido ni reponer la mitad de las referencias, pero ganó valor de shock y peso como hito en mi historial fílmico, además de establecer a Kubrick como letra capital en mi canon cinematográfico.

El siguiente capítulo vino de la mano de la introducción de Internet como herramienta, todavía no para ver, sino para conocer. No recuerdo muy bien de donde sacaba la data, porque si bien las redes estaban explotando, los feeds de las plataformas todavía no te servían las cosas en el plato con tanta efectividad como ahora, pero intuyo que osciló entre Wikipedia y Facebook a modo de refrescadores de nombres que atrapaba al vuelo en otro lado. Contacté con un pibe que vendía pelis truchas que parecían originales y le pedí la primera pentalogía de películas que habían despertado mi interés: Pulp Fiction, Fight Club, Snatch, Almost Famous y Vanilla Sky. Todavía guardo estas y otras como una colección cajitas que le dan color a mi cuarto.

Fight Club, fue, obviamente, la que me produjo la impresión más profunda. Después de ver ese final que hoy ocupa uno de cada cinco banners de Facebook de niños alternativos me quedé tirado en el suelo dejando sonar Where Is My Mind, más que nada porque no sabía where was it in that precise moment. Solamente sabía que el twist me había impactado mucho. Me quedé un puñado de frases para repetir con mi hermano y hasta intentamos reproducir dentro de casa la escena en la que el narrador lee lo de “I am Jill’s nipples” y Tyler Durden pasa con una bici, le pregunta “Hey man, what are you reading?” y después se la pone en el cuarto contiguo. Posteriormente pensé que tenía ganas de hacer una revolución pero había que ver bien por qué razones.
Pulp Fiction fue la que más pegó en términos de lenguaje y narrativa (¡descompuesta!), al margen de sus muchas escenas memorables y de su violencia que, si bien estilizada, no es tan caricaturesca como la de Fight Club (que sí exacerbada): insisto, un pilón de trompadas a la Palaniuk no son más viscerales que “Imma get medieval on yo’ ass!”. Es la celebración de la vida a las piñas versus el sadismo puro y duro.
Snatch lo hizo en términos estilísticos (sobre-estilísticos, de hecho), y me dejó en claro lo que significaba, para un director, tener su propio sello: Guy Ritchie es reconocible a diez cuadras de distancia. La frase "Lock, stock and two smoking barrels" resume conceptual, fonética y rítmicamente su lenguaje cinematográfico.
Almost Famous tiene que ver más con la música que escuchaba en esa época y la movida en la que estaba metido que lo más puramente cinematográfico. Me dejó un puñado de frases y el conocimiento de que cantar "Tiny Dancer" todos juntos en un bondi puede curar todos nuestros males sociales. Vanilla Sky fue y es un espanto salvo la parte en que Tom Cruise canta “What if God was one of us” mientras lo llevan en la camilla. Qué tipo Tom Cruise.


Octubre 2016

miércoles, 2 de enero de 2019

Slow burning

Hace no mucho tiempo, en una juntada, una amiga me dijo que ella necesitaba de un misterio para desentrañar cuando veía una película o una serie, por lo que su opción preferencial eran los policiales o thrillers. La mía, por el contrario, son los no-thrillers. Descifrar misterios me aburre, me anestesia la cabeza y hasta me puede llevar a abandonar a medio camino, algo que en general trato de evitar (ayer me fui de una función antes de terminada), con el cine o cualquier otra forma de arte. El policial omnipresente en la ficción contemporánea, las narrativas regadas de dispositivos orientados al suspenso me dan fiaca y me llevan a entretenerme en cuestiones periféricas hasta que pase la hora y pico (o más, qué espanto) y corran los créditos. Ya que estamos en Corea: sí banco los policiales de Bong Joon-ho. Quizás mi problema sea la saturación.


En fin, Burning no es otra cosa. Pero vamos por partes.

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jueves, 28 de junio de 2018

Más allá de la frontera

No vi muchas películas de cowboys, más que un par de Leone y alguna que otra de John Ford (¿Dead Man cuenta? ¿El Topo? ¿Y Volver al Futuro 3?), pero muchas cosas pueden reponerse en Western, sobre todo cuando el título ofrece la primera clave de lectura y un caballo es el centro de un problema.

Por supuesto que nuestro protagonista es un cowboy. Silencioso, en su forma de caminar, en la expresión de su presente y la mención de su pasado. Es un lobo solitario que prefiere fumar y caminar entre los árboles en lugar de conversar con los suyos y que da a entender que no está interesado en construir relaciones, regalando poca información y ofreciendo respuestas triviales a las preguntas, entre las que se pueden leer algunas hostilidades solapadas para quien se adentre de más en su territorio personal. Arrastra un pasado en el que, queda claro, ha vivido cosas, muchas seguramente intensas: formó parte de la legión extranjera en África y Afganistán, pero cuando le preguntan si mató gente, hace un gesto de labios sellados.


Revisemos: ¿Carácter solitario? Check ¿Autosuficiencia? Check ¿Pasado gris y misterioso? Check ¿Revólver? Navaja retráctil y, en una escena, rifle ¿Fuma? Por supuesto. Un bigote semicanoso, una cara curtida y con surcos, como tallada en madera, y unos ojos profundos azul grisáceo completan el perfil. También hay, en Western, un caballo, una pandilla de bandidos con un líder bravucón y un pueblo donde todos tienen un papel y se conocen las caras.

Ahora, qué pasa con lo diferente.

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jueves, 23 de febrero de 2017

Impresiones de viaje

Escribir viajando por lo general resulta en un diario de viaje.
Un diario sirve tanto para dar cuenta de nuestras experiencias como para plasmar observaciones posteriores sobre esas experiencias. Cuando uno compone una crónica a partir de hechos y observaciones lo natural es que resulte en una narrativa, y las narrativas, además de lo dicho, siguen su propia inercia.
Mi intención cuando tomé estas notas en un cuadernito no era configurar una narrativa sino dar cuenta de las cosas a modo de punteo, para que leerlo después disparara los recuerdos antes que elaborarlos. Las escribía al finalizar el día, apiñando todas las cosas que recordaba en frases cortas. Carecen de punch literario, pero volver sobre ellas me ayuda a recuperar momentos de un viaje que fue corto pero estuvo zarpado.

17 de febrero

Viajamos al mediodía con la piba de la base naval y la volvimos loca con nuestras referencias a la escena local (por el resto del viaje: "La escena" como en "Lalo, la chica de la escena"). Bondi en San Telmo hasta Alem y subte a Villurka. Equipment drop y subte a San Telmo. Vaui. El centro catalán y el edificio increíble de Xirgu ("..." en la versión original, el nombre de la señora que lo mandó a hacer). Jarrones en bolsas de plástico y el restaurant en el interior. Fauna local mezclada con la gente del restaurant. PAN. Liza y el odio de todos: "Sacá las pistas careta". Todo lo que quiero es destruir. Mueran Humanos. La nube de humo más impresionante que viste en la vida. Algunos temas y afuera. Lluvia. El bar de enfrente, el arroz yamaní y los 40 gauchitos giles. Politeísmo y extranjeros. Agua de la canilla con hielo gratis. La señora era bruja, me tocó. Llegan las pibas. Caminata por la 9 de julio empapada. De la vuelta no me acuerdo, estaba dormido. Muy piedra.

18 de febrero

Despertamos rotos. Joli fue a trabajar. Comimos arroz con atún. Hueveamos un montón. Fiesta emo en casa. Chambara sabbath. Hablamos con Joaquín. Fuimos a Plaza de Mayo a las 5 y pico. Compramos soda por accidente. Vino Joaquín, después Joli y después Valencia. A La Boca pateando. San Telmo, re pintoresco. La galería muerta con esos patios impresionantes y hermosos. La feria cubierta y los locales de porquerías, muñecos, ropa, antigüedades. El café y la carnicería, uno al lado del otro. Los olores mezclados y la zona de trancisión. La araña de hierro. Esperamos afuera. Esas plazas contenidas que parecen medio interiores donde se arma milonga. Folklore para extranjeros. Parque Lezama. Mi pata hinchada. La Boca. Fiesta del Jato, rock canónico y cuarteto. Leuci y la frase certera sobre los Redondos. Polémica sobre Batman. "Superman puede destruir el mundo y no lo hace". Bukowski en la puerta de entrada y Sbarra en la del baño, obviamente. El perro, más bueno. Mi pata, una empanada con hielo. Sal en la mancha de vino. Me regala el libro "Chau, papá". Vuelta. No tan cansado.


19 de febrero, día oriental

Hay que racionar el agua como en el campamento. Ayer hicimos compras con cara de dormidos. Antílope quiso una hamburguesa de Mc una hora antes de almorzar, la comió en la plaza. Pechugas de poyo y fármacos.Toda la cocina sucia. Fiesta nigga en casa. Self esteem es Smells like teen spirit. Al jardín japonés. Estuvo bien, tranca. Que cheto e impecable Palermo. Cuando volvamos vamos a ver Harakiri. Vino Joaquín otra vez. Barrio Chino. Dolor de patas. Compramos 6 u 8 sushis diferentes. Llamamos a Agus. Fiesta de divas en casa, se cagó con Korn y terminamos viendo videos de hardcore. Tomamos helado, no todo. La gente salió a la calle por los corsos. Sort of insomnio. María. Hablamos de sushi. Me puse a leer a Prieto y el poema que le gusta y ahora escribo esto en el balcón. Esa rara paz. Me fui a dormir con Roads en los auris. Me acordé de los labios despegados de Beth Gibbons y la escuché respirar. También me acordé de lo que fuma y de ella escapando en violeta hacia atrás de las cajas de sonido. Pensé en Mariana. Antes de terminar me sonó el whapp. Debe ser María.

20 de febrero

Me despertaron los autos de Triunvirato y después los gritos de Jazmín Esquivel en el comedor. La mancha de la remera no salió. Vimos Lupin y rememoramos Locomotion. Almuerzo Mc, yo plan de cabotaje. Semisiesta con Erik Satie y Ulises Conti. Perder el tiempo y dormir con aire acondicionado. Llegó papá. Se cortó la luz por 5 minutos. A Joli y a papá los agarró en el Coto. Descubrí el libro "La vida, creadora de rocas" que habla sobre radiolarios y creo que fue el mejor descubrimiento en mucho tiempo. Puse MM&W. Cloud wars y el cielo de Villa Urquiza (de Boedo). Después "Dark was the night" mientras tomábamos una especie de merienda a las 7 de la tarde, con el depto casi a oscuras. Folk no apocalíptico. Music wars. A Coghlan caminando. El depto de Burns semi vacío, copamos el piso. Vino Fabri con sus dos polos positivos. Jugamos al "qué preferís" gracias a Ailén. Bufa y el collar isabelino. Estación de Coghlan. Esa foto para quién. Vuelta a casa, manija y terraza. Buenos Aires no termina. Todas las antenas con luces rojas son de Movistar. Luna amarilla y relámpagos naranjas.

21 de febrero

Nos despertamos temprano para desayunar con Burns. Desayuné sin Burns. Costó levantar a todos. Hicimos malos planes. Limpié la volturno, que tenía ectoplasma, con agua hervida, e hice café escuchando el final de "Dark was the night". Me manché la musculosa con café, no puede ser. La lavé por segunda vez con jabón de PAN. Vinieron y ahora sí desayunamos. Guía del Prado. Revisionismo de la historia del arte con categorías violentas. Fiesta punk en casa. A comer a lo de Vivi, medio express, y al depto otra vez. "Joli ¿me puedo llevar el libro de los radiolarios?" El tema se llamaba Nova. La costumbre del disco del mes. Salida con tormenta. Salida de la tormenta. Lapso de cielo despejado. Cosas de papá que vinieron joya: Creedence para la lluvia, la intro de Wish You Were Here para los relámpagos. Es al pedo ponerle palabras a los de hoy, pero rankean en el top 3. Alejé todas las otras cosas para mirarlos. Undone. "Map del Piat". Desensillada rápida. El infierno es Mar del Plata.




viernes, 11 de noviembre de 2016

El partisano

La muerte de Leonard Cohen me recordó tres cosas:

1) El primer tema suyo que me llamó la atención fue The Partisan.
2) Una traducción que hice de Suzanne hace unos meses. Cuando una canción en inglés me gusta mucho suelo intentar traducirla, a modo de muestra de amor. Que lo resista es una cosa diferente.
3) Fata Morgana, una película hermosa de Herzog, donde algunas canciones suyas acompañan imágenes de aldeas del Sahel con frases absurdas sobre el paraíso. Tiene sentido: pocos pueden ser profanos con tanta clase como Cohen.



miércoles, 19 de octubre de 2016

White whale, holy grail

Me da un poco de vergüenza decir que, Wikisource y feed de Facebook mediante, me llegó la versión original de Moby Dick. Vergüenza porque no tuve la dignidad de ir a buscarlo yo, siendo que hace un tiempo se me había metido en la cabeza. Culparía a Mastodon (el metal siempre recurriendo a tópicos tan nuevos; ya me pasó con Amorphis y el Kalevala) y a la lectura de Eric Schierloh, pero de seguro existen un montón de razones menos evidentes que se me escapan y por tanto no puedo escrachar acá.
El sustrato es la nostalgia que me provocan los clásicos que leí de chico, en versiones adaptadas o no (hoy no recuerdo cuales eran versiones completas y cuales adaptaciones, seguramente porque nunca lo supe) entre los que estaba la propia Moby Dick, en su versión novela y en su versión cómic. Las cosas que son rescatadas por esta alquimia (placeres de antes que se mezclan con placeres de ahora) cobran fuerza gradualmente hasta que la conciencia gatilla, un día y sobre determinadas circunstancias, y la magia ocurre. Hoy Wikipedia me tiró un link a Wikisource donde está el texto original completo en inglés y ya no tuve excusa.


"Wow. This is why I got into this business."

Algunas veces, cuando se producen estas recuperaciones, el objeto vuelve desabrido, flaco o vacío, cosa que me ocurrió mucho con discos que escuchaba en mi adolescencia y, por ahí en menor medida, con novelas o cuentos. Pero los casos en los que lo hacen enriquecidos son pocos, es decir, cuando vuelven cargados de mucho texto que recuperar, más allá de lo puramente emotivo y casi fetichista que suele gobernar estos reflotes.

Moby Dick volvió todavía más robusto.
En el primer capítulo Ishmael se presenta ("Call me Ishmael") y narra sus razones para hacerse a la mar. Hay algo de tedio, algo de melancolía y el límite desdibujado entre mente-espíritu y cuerpo que caracterizaba la escuela de medicina de medidados a fines del siglo XIX en las razones que nombra. Spleen es el tedio de época baudeleriano pero también el bazo, cuya segregación, creían los griegos, era el origen de este sentimiento. Estas concepciones se perdieron en el tiempo y, por lo tanto, produjeron formas literarias irrepetibles ¿Dónde más, si no, vamos a leer un manifiesto como el que Ishmael hace en este primer capítulo? No hay rescate ni recopilación que te convenza de que el bazo segrega la bilis que te pone melancólico. Y están, además, todas esas palabras que cayeron en desuso porque la cotidianeidad las liquidó, arrastradas por la obsolescencia de los objetos que nombran, por ejemplo, ni idea que significan "lath" y "plaster" (ahora sí) pero como "northward" y otras palabras cada vez menos frecuentes, guardan mucho de los sonidos anglosajones que más disfruto escuchar y leer. Por eso este capítulo, y si la garganta resiste todo el libro, se lee en voz alta.
Tópicamente, Ishmael va contra la contemplación del mar hacia la habitación y la experiencia del mar, en contra de embarcarse como pasajero y a favor de hacerlo como marinero, y fundamentalmente, reivindica su libertad y privilegios como subordinado a bordo y, por extensión, de todos aquellos que ocupan los eslabones más bajos de la cadena de mando.

...for the most part the Commodore on the quarter-deck gets his atmosphere at second hand from the sailors on the forecastle.  He thinks he breathes it first; but not so. In much the same way do the commonalty lead their leaders in many other things, at the same time that the leaders little suspect it.

Un manifiesto, una declaración de principios, una caracterización del espíritu, una afirmación de libertad y una reflexión sobre la condición humana componen el primer capítulo de Moby Dick. Basta para justificar el solo paso que deposita a Ishmael en cubierta del Pequod y sobra para meterme a mi en la novela, pese a que sé que el conflicto empieza con Ahab, cuando se pierde de vista la línea de la costa; ese momento de vértigo romántico propuesto por Ishmael que se convierte rápidamente en asimilación de las circunstancias: ya que estamos en este barco, naveguemos. Yo también, ya metí la pata.

Mi white-whale-holy-grail es ahora la edición impresa.



miércoles, 13 de julio de 2016

Un año de coveramas

Hace casi un año desde que publiqué por primera vez en Coverama. Podría ser una boludez, pero tener que resolver textos cortos para un medio ajeno, pasarlos por el correspondiente filtro editorial (por más amable que sea) y lidiar psicológicamente con las versiones publicadas es, para mi, una experiencia a considerar. Poner a funcionar todo mi conocimiento rollingstonero inerte es otro gol.

Acá están los textos publicados a la fecha.

Y acá, otro cover raro de Eugenio a modo de aniversario: